Andrés Martínez de Azagra Paredes y Juan Manuel Diez Hernández, profesores de Hidráulica e Hidrología Forestal de la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias de la Universidad de Valladolid, comparten sus reflexiones en un artículo tras las devastadoras inundaciones que han afectado a Valencia. En este análisis se abordan las causas y consecuencias de este fenómeno natural y se proponen medidas y estrategias para mitigar futuros eventos similares.
Foto: Alberto García Prats, profesor del Departamento de Ingeniería Hidráulica y Medio Ambiente de la Universidad Politécnica de Valencia.
Artículo completo:
Es difícil tan pronto, pero urge sin más demora un análisis equilibrado y sosegado del problema. Las inundaciones provocadas por avenidas relámpago (súbitas, repentinas) no se evitan solo con medidas estructurales en los cauces (presas, encauzamientos, dragados, etc.), ni solo con medidas de restauración en la cuenca (repoblación forestal, selvicultura hidrológica, agricultura de conservación, etc.), ni solo con medidas de ordenación urbana (alejar las construcciones de los cauces, pavimentaciones permeables, etc.). La actuación debe ser conjunta y coordinada. No debemos caer en soluciones gremiales de ingenieros civiles, ingenieros forestales, ingenieros agrónomos, arquitectos, geógrafos o geólogos. Hay que trabajar en equipo, de manera multidisciplinar.
Conviene resumir el suceso de manera breve y precisa para tenerlo en mente y no olvidarlo: el 29 de octubre de 2024 llovió muchísimo en una zona muy concreta de la provincia de Valencia (sobre todo en las cuencas del barranco del Poyo y del río Magro). En algunos lugares cayó en apenas 8 horas más agua de lo que viene a llover de media en un año, lo que se corresponde con un episodio muy infrecuente de lluvias (con un periodo de retorno superior a los 500 años, según datos oficiales). Se trata de chubascos con intensidades fortísimas (más de 120 litros por metro cuadrado en una hora) que se convierten en escorrentía superficial en un alto porcentaje (más del 75%) y casi de inmediato si la cuenca es pequeña (pocos kilómetros cuadrados), montañosa en cabecera y si está degradada desde el punto de vista hidrológico, es decir, si está desertificada y/o pavimentada. Estas brutales trombas de agua han generado una onda de avenida de agua con sedimentos (es decir: un aluvión) que ha pillado por sorpresa a gran parte de la población, pese a los avisos previos de alerta roja.
Ha sido una funesta conjunción de factores la que ha conducido a esta tragedia: lluvias cada vez más torrenciales (cambio climático) sobre suelos cada vez más impermeabilizados (desertificación y urbanización) con las riberas cada vez más ocupadas por casas e industrias (aumento poblacional). Vale la siguiente igualdad: Fatalidad + Temeridad = Tragedia. La fatalidad se corresponde en este caso con una potente dana, como tal inevitable, que ha generado una sucesión de intensas tormentas que cayeron concentradas en una región. La temeridad cabe achacarla a tres factores: una temeridad urbanística (construir en zonas inundables y hacer garajes subálveos), una temeridad política (su inacción) y una temeridad individual (bajar al garaje cuando llueve torrencialmente para rescatar el coche y/o sentirse seguro en él circulando por las calles). Sobre la tragedia es mejor no hablar, pero sí conviene reflexionar y aprender para adoptar las medidas correctas de cara al futuro. Porque tormentas con alto periodo de retorno (de 100 años para arriba) seguro que van a volver a caer sin tardar en distintos lugares a lo largo y ancho de toda España. La historia nos enseña que no únicamente en el Levante español se producen gotas frías con resultados aciagos, aunque ahí sean más frecuentes. Basta con recordar algunas avenidas relativamente recientes y que fueron noticia luctuosa destacada para confirmar este hecho: la riada en Bilbao de 1983, la arroyada en Yebra y Almoguera (Guadalajara) de 1995 o el torrente Arás en Biescas (Huesca) del año 1996, por citar tres ejemplos. Tampoco hay que acudir a la inteligencia artificial ni a sofisticados modelos de hidráulica o hidrología para comprender lo sucedido. Basta con acudir al rico refranero español: Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. A gran seca, gran mojada. Después de años mil vuelve el agua a su cubil. Bueno es tener río pero algo apartado de lo mío. El río por donde él quiera, la vereda por donde se pueda.
Numerosas noticias nos inducen a pensar que cada vez con más frecuencia se producen tremendas inundaciones como consecuencia de tormentas geológicas y diluvios universales, todo ello motivado por el cambio climático. Y eso es cierto en parte, pues otro factor tan importante o más es el hecho de que cada vez tengamos los cauces más constreñidos e invadidos con toda clase de infraestructuras: viviendas, garajes, calles, grandes superficies, polígonos industriales, etc. Incluso nos atrevemos a entubar los ríos a su paso por la ciudad para que no perturben al urbanismo.
Resulta duro reconocer la realidad, sí, pero con nuestro crecimiento y desarrollo estamos cambiando la faz de la Tierra: la tierra, el mar y el aire. No solo el aire sino también la tierra y el mar. Miles de hectáreas de suelo fértil desaparecen cada año por procesos evitables de desertificación, apisonado, pavimentación y/o asfaltado en nuestras sufridas cuencas hidrográficas y espacios periurbanos. Allá, mucho más lejos, extensas islas de plástico flotan actualmente en los océanos para nuestro asombro mientras reciclamos de manera bienintencionada nuestros desorbitados residuos urbanos. Bueno y necesario es proteger el aire, reduciendo el efecto invernadero y el subsecuente cambio climático, pero fijarse solo en una tercera parte del problema supone estarlo desvirtuando. Y eso resulta parcial a la vez que peligroso.
Aprendamos de esta catástrofe natural y artificial. La ingeniería hidrológica e hidráulica junto con una información geográfica, meteorológica y estadística fiable deben servir para una correcta ordenación del territorio, y para una rápida y eficiente transmisión de avisos y alertas ante situaciones de riesgo por avenidas relámpago. Esperemos que así sea de ahora en adelante.
Andrés Martínez de Azagra Paredes y Juan Manuel Diez Hernández
Profesores de Hidráulica e Hidrología Forestal
E.T.S. de Ingenierías Agrarias
Universidad de Valladolid