Muy de mañana, se llenaban en las fuentes y se llevaban a los diferentes tajos, sobre todo en la siega, para tener agua fresca durante toda la larga jornada en el campo, muchas veces, de sol a sol. Además, pan y vino y poco más en el morral. Eran otros tiempos en los que no hacía falta ir al «gym» para estar en forma.
El botijo, sencillo, práctico y bonito cacharro donde los haya, ya tiene su pequeño espacio en nuestra Escuela. Hay un expositor con cinco botijos y medio en el pasillo principal del Aulario. «El botijo sirve para refrescar el agua y las ideas», nos comenta Andrés Martínez de Azagra, promotor de esta iniciativa.

Un mapamundi señala los lugares más propicios para este modesto a la vez que soberbio invento español. «Menos botellas de plástico y más cantarillas de barro», dice Azagra convencido.